22 de septiembre de 2025
Entra en cualquier clínica pediátrica y se repite un patrón: niños que se quejan de dolores de estómago sin una causa aparente. Algunos están ansiosos.
Algunos parecen inusualmente irritables. Otros han tenido problemas para dormir o crisis emocionales que antes no eran comunes. Los padres a menudo lo describen como «solo una etapa», pero la ciencia reciente está empezando a revelar una historia diferente, una que conecta el intestino y el cerebro de maneras que jamás imaginamos.
El eje intestino-cerebro, que antes se consideraba un área de investigación especializada, ahora es fundamental en la atención pediátrica. En esencia, explica cómo el sistema digestivo y el sistema nervioso del niño se comunican constantemente. Y, en muchos casos, lo que ocurre en el estómago no se queda allí; afecta al estado de ánimo, el comportamiento e incluso la función cognitiva.
Dentro del sistema digestivo de cada niño existe una vasta y compleja colonia de microorganismos, bacterias, hongos y virus, conocida colectivamente como microbioma intestinal. Lejos de ser residentes pasivos, estos microbios desempeñan funciones activas en la digestión, la defensa inmunitaria e incluso el desarrollo cerebral.
Durante los primeros años de vida, este equilibrio microbiano es especialmente sensible. El uso de antibióticos, los hábitos alimenticios, el tipo de parto (vaginal o por cesárea) e incluso el estrés en la primera infancia pueden influir en el tipo de microbiota que se desarrolla en el intestino.
Cuando el microbioma se altera, un estado conocido como disbiosis, los niños pueden experimentar más que simples dolores de estómago. Puede haber un aumento de la hiperactividad, irritabilidad, arrebatos emocionales o dificultad para concentrarse.
Algunos niños reaccionan no solo a infecciones o estrés, sino también a ciertos alimentos. Si bien las alergias alimentarias verdaderas son relativamente raras, las sensibilidades e intolerancias alimentarias se diagnostican con mayor frecuencia.
Un niño puede no presentar urticaria después de consumir lácteos o gluten, pero en cambio puede desarrollar hinchazón, fatiga, problemas para dormir o cambios de comportamiento.
En ocasiones, los padres informan que sus hijos se vuelven inusualmente irritables o emocionalmente inestables después de comer snacks envasados, cereales azucarados o productos de panadería.
Aunque esto podría descartarse como un “subidón de azúcar”, a menudo señala cómo ciertos alimentos, especialmente los ultraprocesados, pueden afectar tanto al microbioma intestinal como a la señalización neuroquímica.
El intestino produce más del 90% de la serotonina del cuerpo, un neurotransmisor que influye en el estado de ánimo y el comportamiento. Si el intestino está inflamado o desequilibrado, la producción de serotonina puede disminuir, lo que hace que los niños sean más propensos a la ansiedad o la inestabilidad emocional.
Los niños con estreñimiento crónico, síntomas de síndrome del intestino irritable o quejas frecuentes de "mariposas en el estómago" están siendo evaluados cada vez más no solo por afecciones físicas, sino también por posibles vínculos emocionales y neurológicos. También se están estudiando afecciones como el TDAH y el trastorno del espectro autista (TEA) en relación con la salud intestinal.
Los problemas intestinales pueden no ser la causa principal de estas afecciones, pero sin duda pueden dificultar su manejo. Por ejemplo, cuando se favorece la digestión mediante cambios en la alimentación, los probióticos adecuados o terapias que abordan los hábitos alimenticios, los niños con TEA a veces muestran mayor concentración o menos problemas relacionados con el estado de ánimo.
Entonces, ¿qué pueden hacer los padres? Afortunadamente, favorecer la salud intestinal de un niño no requiere intervenciones costosas, solo hábitos conscientes.
Centrarse en los alimentos integrales: Las comidas caseras, las frutas de temporada, las verduras cocidas y los alimentos fermentados tradicionales (como el yogur, la masa para idli o el kanji) nutren las bacterias buenas y reducen la inflamación.
Limite los alimentos procesados: Se sabe que los azúcares refinados, los conservantes y los colorantes alimentarios alteran la flora intestinal y pueden afectar la estabilidad del estado de ánimo en algunos niños.
Controla la hidratación y los horarios de las comidas: El estreñimiento y la hinchazón empeoran cuando los niños no beben agua o comen de forma irregular. Prácticas sencillas como comer a sus horas y masticar bien los alimentos marcan la diferencia.
Dedica tiempo al juego activo: Cuando los niños se mantienen activos, su digestión mejora y, por consiguiente, también su estado de ánimo. Sin suficiente movimiento, es frecuente observar tanto malestar estomacal como inquietud mental.
Limitar el uso excesivo de antibióticos: Si bien a veces son necesarios, los antibióticos alteran la flora intestinal. Consulte con su médico antes de comenzar un tratamiento y pregunte sobre medidas de recuperación como probióticos o apoyo dietético.
Priorice el sueño: Un intestino bien descansado funciona mejor. Los patrones de sueño irregulares alteran el ritmo intestino-cerebro y pueden agravar tanto los síntomas estomacales como los del estado de ánimo.
Cuando un niño presenta problemas digestivos y, a la vez, signos de estrés emocional o conductual, conviene analizar con detenimiento la posible interacción entre el intestino y el cerebro. Actualmente, muchos gastroenterólogos y neurólogos pediátricos colaboran para comprender y tratar estos problemas interrelacionados de forma más eficaz.
También es importante evitar atribuir cada cambio de humor o dolor de estómago a la comida. Una evaluación clínica estructurada que descarte infecciones, alergias y trastornos metabólicos es fundamental. Sin embargo, para muchas familias, incluir la salud digestiva en la conversación sobre el comportamiento abre nuevas vías de atención.
El intestino de un niño es mucho más que un lugar donde se digieren los alimentos; es un centro sensorial, hormonal y neurológico. Cuando sufre algún problema, los síntomas no siempre se manifiestan como dolor de estómago.
Pueden manifestarse en los ojos, la voz, las lágrimas o el comportamiento. Lo que estamos aprendiendo ahora es sencillo pero poderoso: cuidar la digestión de un niño no se trata solo de aliviar los dolores de estómago. Desempeña un papel silencioso pero importante en cómo se sienten, se comportan y afrontan las dificultades a medida que crecen.
Link de referencia
https://health.medicaldialogues.in/health-topics/gut-health/gut-brain-connection-among-kids-when-digestion-impacts-behaviour-dr-vittal-kumar-kesireddy-153819